A. CONSIDERACIONES GENERALES
La planificación del desarrollo seguro es un requisito indispensable para poder pensar siquiera en un proceso de desarrollo, pero más aún si se pretende que su realización sea en armonía con los procesos naturales y no a contrapelo de tales, es decir la negación del desarrollo. En efecto, sin los elementos esenciales de la seguridad de las vidas y haciendas de los seres humanos, las comunidades y las naciones, pero más aún sin vislumbrar las formas de lograr su prolongación y permanencia (no su destrucción depredadora), la transformación de la naturaleza no conduce al desarrollo. No es aceptable contraponer el desarrollo a la protección de la naturaleza, pues toda acción depredadora es lo contrario del desarrollo, no importa si produce riqueza o bienes transables en los mercados.
El impulso que por cientos de años se ha dado a la frenética tarea de transformar la naturaleza para producir el hábitat y los recursos requeridos para la subsistencia humana, su crecimiento y ocupación del planeta; y más aún para la acumulación de riquezas y la constitución de una forma de organización social basada, desde hace poco más de un siglo, en la extracción de combustibles fósiles, ha creado condiciones de vida altamente vulnerables a las dinámicas propias de los ciclos de vida, procesos hidro-meteorológicos y cambios de la estructura geológica y geográfica del planeta. En tales circunstancias, la ocurrencia de graves daños y pérdidas para las organizaciones humanas ha sido la norma, más que la excepción, en el devenir histórico de las sociedades, en particular de aquellas que han tenido que sufrir más ampliamente la depredación y la expoliación tanto de los recursos de la naturaleza como de los humanos.
La región centroamericana y en general, el istmo meso-americano y la cuenca del Caribe se ubican precisamente en una de esas zonas donde la transformación de la naturaleza, lejos de producir condiciones de desarrollo seguras, ha producido enormes riquezas sobre la base de la extensión y profundización de las condiciones de extrema vulnerabilidad, aparte de la pobreza de altos contingentes de sus pobladores, los que, en las últimas décadas han encontrado como una de las últimas formas de sobrevivencia la migración.
Mientras que la planificación es un elemento esencial del proceso cotidiano en las diversas formas de organización empresarial a escala mundial, y se ha impulsado como una forma de organización desde el Estado a lo largo de diversas experiencias históricas por siglos, en las últimas décadas se ha impulsado la restricción casi absoluta de esta última, es decir la planificación y control estatal sobre el accionar de las iniciativas privadas, y sobre todo respecto de las decisiones de las empresas transnacionales y multinacionales que abarcan la geografía total del planeta. Consecuentemente, se ha debilitado casi hasta su negación absoluta, la capacidad de las organizaciones públicas y civiles para revertir procesos depredadores y para fortalecer la capacidad de las comunidades, ya frágiles de por sí en razón de sus condiciones de mera subsistencia, frente a los ciclos naturales esenciales: los períodos de lluvias, heladas, sequías, sismos, tormentas y huracanes. El crecimiento y ocupación poblacional del conjunto del planeta en todas sus latitudes implica también que cada vez más se ocupen sitios altamente vulnerables y frágiles (altas pendientes, selvas destruidas, costas, humedales, planicies de inundación, laderas de volcanes y cuencas de alta montaña, etc.) con lo que las poblaciones, cada vez más densas, se localizan exactamente en aquellos sitios que tarde o temprano sufrirán las transformaciones usuales vinculadas con los ciclos naturales climatológicos o tectónicos, pero también aquellos sitios donde la propia acción empresarial contamina y destruye las fuentes de agua y las zonas de acopio de los recursos naturales no renovables, además de la inmensa polución y la creación de situaciones conflictivas respecto de la ocupación humana y el establecimiento de industrias y plantaciones contaminantes y peligrosas.
Más allá de estas grandes transformaciones de impacto planetario, es esencial observar dos procesos paralelos: uno el impacto de procesos gigantescos en las economías y poblaciones pequeñas o minúsculas como las del área del istmo Centroamericano y la región Caribe; y dos, los procesos propios de los cambios al interior de estos pequeños países, que presentan los mismos males, aunque no necesariamente las mismas estadísticas en términos de crecimiento económico.
En el primer caso los efectos sucesivos en el territorio implican que, sin recibir nada en absoluto de las ganancias, los pequeños países sí reciben los costos producto del aumento de los precios de diversidad de productos, en particular minerales y combustibles dada la presión en el mercado por el inmenso y veloz crecimiento de la demanda en el nuevo mercado mundial global. Lo que implica reducción mayor del financiamiento de políticas sociales, preventivas y mitigadoras de desastres. Aquellos que además tienen reservas o son productores podrán recibir ganancias –o las multinacionales en ellos localizadas- pero acarrean con los residuos y contaminantes, aparte de los posibles accidentes de gran magnitud en razón de la premura y la dimensión de las explotaciones. A la vez, su gran dependencia de la población migrante y las remesas, los harán frágiles a los altos y bajos de la economía mundial y aumentará –en los bajos- los niveles de fragilidad de las poblaciones y su capacidad para resistir impactos o recuperarse de ellos.
Esto último lleva al segundo punto, es decir la manera en que se generaliza el modelo de producción y consumo global en estos pequeños países. En este caso, la más acabada forma de lograr, y planificar a largo plazo, la implantación definitiva de un modelo que protege y promueve el dominio de las empresas multinacionales se encuentra en el Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos y los países de Centro América más República Dominica (TLC-EUCA-RD). La definición de empresa y condiciones en que podrán operar niega prácticamente en absoluto las posibilidades de control gubernamental o municipal sobre el uso y condiciones de explotación del territorio, perpetuando además las actuales condiciones de explotación de la población que obliga a la migración por hambre a millones de centroamericanos y dominicanos. Esas condiciones de inversión que privilegia el tratado por encima del comercio se ocultan en forma de definiciones ambiguas en anexos que no se discuten y de los que se disminuye su importancia real, lo que tiene impactos directos sobre las reales posibilidades de intervención planificadora de un desarrollo seguro.
La comprensión del conjunto del proceso es un requerimiento indispensable para comprender también los impactos y los cambios a escalas locales y sub-regionales, pero en particular para diseñar las formas de superar la vulnerabilidad en las condiciones ya definidas y dentro de los parámetros legales e institucionales viables y vigentes en las próximas décadas.
En consecuencia, el estudio de las condiciones de riesgo de desastre no se debe limitar simplemente a enumerar o definir las situaciones específicas de desastre; no se trata nada más de enumerar amenazas y vulnerabilidades como compartimentos estancos, no se trata de reducir el análisis abstracto a un ‘ciclo’ de desastres segmentado y aislado del conjunto de los procesos económicos, sociales y político-institucionales. Hacerlo llevaría a la construcción mental de glosarios sin aplicación práctica y funcionarios con herramientas mentales y técnicas funcionando al vaivén de los cambios institucionales que no comprenden, pero peor aún, de los cambios estratégico-políticos que ni siquiera llegan a percibir en sus manifestaciones particulares a escala de su comunidad, su sector de trabajo o sus instituciones y organizaciones.
La capacitación básica, preparatoria de personas vinculadas a la gerencia de proyectos de desarrollo, en todas sus formas técnicas e institucionales, requiere de colocar el tema del desastre en su contexto y condiciones generales, es decir en el proceso histórico de construcción del riesgo de la ocurrencia del desastre de manera que se puedan vislumbrar no solo formas de aliviar y paliar el dolor, el daño y las pérdidas, sino más bien, promover los procesos que transformen la lógica de accionar social provocador del riesgo.
